martes, 18 de diciembre de 2007

Mujeres esclavas en la trata (BRASIL)

La captura y transporte de africanos a las tierras del Nuevo Mundo es sin duda un capítulo infame en la Historia de las mujeres negras. Los traficantes portugueses y posteriormente los brasileños fueron los más perseverantes y entusiastas negociantes de seres humanos de la época moderna y fueron los primeros en iniciar este comercio en África y los últimos en abandonarlo en América. Del total de más de nueve millones de esclavos que fueron transportados a tierras americanas entre los siglos XVI y XIX, desembarcaron en Brasil algo más de 3,6 millones.

Las comunidades africanas privilegiaban a las mujeres en el trabajo agrícola local y en sus complejos sistemas de parentesco, pero este hecho no impidió que junto con hombres y niños, también millares de mujeres hayan sido esclavizadas y vendidas en puertos brasileños. En los cargamentos la proporción de mujeres nunca sobrepasó a la de los hombres: se estima que de cada diez esclavos transportados, tres o cuatro hayan sido del sexo femenino, patrón que fue también común en las demás rutas americanas de la trata. Sus edades al momento del embarque no son conocidas, pero se sabe que los negreros preferían las mujeres jóvenes, adolescentes, en pleno vigor físico. Algunas, muy pocas en realidad, viajaron con bebés e hijos pequeños.

Las mujeres, así como los hombres, fueron capturados inicialmente en factorías ubicadas en la extensa costa de África Occidental, y sólo en el siglo XIX comenzaron a llegar también a Brasil negros procedentes de Mozambique. Las negras oriundas del noroeste africano fueron conocidas por nombres como minas, nagós (actuales yoruba), jeje (ewe) o ahusas, éstas últimas de religión islámica, y era bastante común encontrarlas en número significativo, a partir del siglo XVIII, en los puertos brasileños de Bahía, Pernambuco y en general en las regiones más al norte del país. En cambio las negras llamadas congo, angolas, benguelas o mozambiques, es decir, originarias de la parte central y austral de África, fueron enviadas con más frecuencia a Río de Janeiro y regiones sureñas. Se estima que entre 1800 y 1853, fecha del último desembarque de africanos en Brasil, hayan llegado 1,7 millones de esclavos de ambos sexos.

Los procedimientos de captura en África no diferían significativamente para hombres y mujeres. Todos eran aprisionados en puntos del interior del continente y traídos por traficantes especializados a la costa, donde permanecían a la espera de un buque negrero. Cuando había sacerdotes, se aprovechaba la ocasión para bautizarlos. Las mujeres eran atadas separadas de los hombres y a los niños se les dejaba libres cerca de sus madres. A bordo de los navíos también había separación por sexos y a veces existían bodegas especiales para las mujeres gestantes. El hacinamiento fue un hecho verificado en muchas embarcaciones, pero al parecer no fue la regla. En el siglo XIX los navíos transportaron entre 200 y 600 esclavos en cada viaje, número alto que estaba dentro del rango permitido en el transporte de un mes, y el doble el de Mozambique. Las pésimas condiciones higiénicas, la alimentación deficiente y el ambiente inhóspito a bordo, provocaron enfermedades de muchos tipos y numerosas muertes. La mortalidad en la travesía afectó a mujeres y hombres por igual, en tasas que oscilaron a comienzos del siglo XIX entre 103 muertes por 1.000 embarcados en los buques provenientes de Angola y 230 por 1.000 en los que venían de Mozambique.

Una vez en puertos brasileños, los esclavos eran puestos en cuarentena para evitar demasiadas pérdidas por el contacto con el nuevo ambiente epidemiológico. El espectáculo atroz del desembarque y de la venta en mercados públicos se tornaría legendario a través de las descripciones horrorizadas que dejaron los viajeros extranjeros. La mayoría de las mujeres y hombres llegó en el siglo XIX a Río de Janeiro para enseguida ser negociados principalmente para las haciendas de café.

DUBY, G. y PERROT, M.: ´´ Historia de las mujeres ´´
Tomo IV; Ed. Círculo de lectores, 1994.

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